Al maestro Azorín por su libro Castilla

La venta de Cidones está en la carretera


que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,

que llaman la Ruipérez, es una viejecita

que aviva el fuego donde borbolla la marmita.



Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto

—bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto—,

contempla silencioso la lumbre del hogar.



Se oye la marmita al fuego borbollar.



Sentado ante una mesa de pino, un caballero

escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,

dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.



El caballero es joven, vestido va de luto.



El viento frío azota los chopos del camino.

Se ve pasar de polvo un blanco remolino.



La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,

la mano en la mejilla, medita ensimismado.



Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda,

la tarde habrá caído sobre la tierra parda

de Soria. Todavía los grises serrijones,

con ruina de encinares y mellas de aluviones,

las lomas azuladas, las agrias barranqueras,

picotas y colinas, ribazos y laderas

del páramo sombrío por donde cruza el Duero,

darán al sol de ocaso su resplandor de acero.



La venta se oscurece. El rojo lar humea.

La mecha de un mohoso candil arde y chispea.



El enlutado tiene clavado en el fuego

los ojos largo rato; se los enjuga luego

con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar

el son de la marmita, el ascua del hogar?



Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo

y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.











ANTONIO MACHADO



Si lo quieres oir en la voz de Agustin Gonzalez
 
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